Jesús, Dios y Hombre
Sólo un loco diría que es Dios, sin serlo, arriesgándose a morir por ello. Jesús lo dice y lo demuestra, sin alardear de poderes ni aspirar al éxito social. Su única meta es amarnos y enseñarnos a amar.
«No he venido a ser servido, sino a servir.» (Mt., 20, 28)
Si temíamos a un dios feroz, distante o vengativo… seamos ateos cuanto antes, porque ese dios no existe. Todo en Jesús es amor gratuito, con todos, siempre. Es la definición de «amor»… pero no teórica, sino real, encarnada.
«Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.» (Jn., 13, 34)
Jesús no pide imposibles. Si espera que amemos tanto… es porque nos ofrece su corazón, a cambio del nuestro. Un transplante que podemos aceptar o rechazar.
«Os purificaré de todas vuestras impurezas. Os arrancaré el corazón de piedra y os daré uno nuevo, de carne.» (Eze., 36, 25)
Jesús no es una leyenda ni alguien a quien recordar con admiración. Cualquiera puede poner a prueba su poder de curación, hoy.
«No he venido a por los sanos, sino a por los enfermos. No he venido a por los justos, sino a por los pecadores.»
Si nos sentimos perdidos, Jesús nos lleva a casa.
«Yo soy la puerta»(…) «Yo soy el camino.» (…) «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no camina a oscuras.» (…) «Sin mí, no podéis hacer nada.»